Conoce la raza dogo español


DOGO ESPAÑOL, EN LAS CUNETAS DEL ALANO


Un somero repaso, a modo cronológico, nos demuestra la coexistencia e incluso solapamiento, en toda la Península Ibérica, de lo que podríamos denominar alano, como moloso ligero, puramente cinegético, y al presa/ dogo/ chato, como moloso de presa pesado y más potente. Es cierto que los cambios reguladores que sobrevinieron en nuestra tauromaquia, en el ocaso del s. XIX supusieron un cambio de bastidores trascendental, pero no es aceptable eso que algunos afirman que supuso la pérdida de solución de continuidad de la raza. El presa español continuó con referencias a su existencia durante todo el s. XX. No hay década sin constancia a su existencia. Fotografías y textos avalan esta afirmación.

  Ya en los últimos tiempos, por un lado vemos que en las últimas décadas, la cría coercitiva del alano español, bajo criterios netamente cinegéticos, es decir, centrados en tipos ligeros e intermedios con cualidades temperamentales muy concretas (animales muy sociables, con escasa territorialidad etc…), estaba dilapidando en tiempo record este ya de por si progresivo y exiguo resquicio poblacional, lo que hacía imperiosa una actuación enérgica y sin dilaciones.

 Esto no quitaba que pese a ello la disparidad de criterios de cría y tipos en el alano, hacía al mismo vivir en una perpetua convulsa realidad. Una amalgama de tipos y subtipos que hace del alano un producto incompatible con la evolución del concepto raza desde el s.XVIII  hasta nuestros días. Esta situación provoca que la diatriba y las reacciones vesánicas sean la tónica general del alano haciendo inviable su desarrollo y proyección como raza, pese al enorme potencial de partida de la misma.


 Particularmente, siempre he tenido muy claro que el origen de esta situación respondía al proceder inverso en comparación con países de nuestro entorno, con amplio bagaje en esta materia, a la hora de afrontar procesos de esta naturaleza, y me explico. A diferencia de estos, donde se han afrontado procesos desvertebradores de grupos funcionales, similares al del alano, con absoluta normalidad, aquí optamos por dilapidar o condenar a la desaparición, una importante parte del mismo, en pro de una uniformidad u homogeneidad.  Es curioso ver que prefiriéramos la extinción de una parte antes que la escisión y adecuación a los nuevos tiempos. Y es que aquí tenemos un claro ejemplo de eso de que nuestra tierra es diferente.

 Ante este panorama, reaccionamos ciertos criadores. En lo personal, mi paso por el alano se puede resumir como una mera labor de tornero, siempre centrado en preparar y mantener el cigüeñal apropiado para el futuro, y a mi entender inevitable paso al Dogo Español, como raza independiente. Entendía y así lo sigo viendo, que se podría atacar matices periféricos como formas, protocolos, tiempos etc, pero jamás la raíz del tema. Por tanto y que quede claro, que en lo que a mí respecta, mi caso no es el de un fervoroso convertido, muy al contrario soy un convencido desde el minuto uno.

 Siempre tuve muy claro que la visión generalizada e imperante del alano, ya no solo era refutable, era además, descartable por heterogeneidad manifiesta y esto reafirmaba mi firme convencimiento, de que iniciar el camino del dogo español, insuflaría orden en un grupo poblacional manifiesta y tradicionalmente caótico.


 Finalmente decidimos ponernos en marcha, de manera velada, en el año 2010 tras largas y eternas conversaciones, de las cuales emanaría una minuciosa hoja de ruta. En las misma y como sucediera a la postre, se contemplaba hacer público el proyecto en marzo del 2014, una vez contábamos con una base poblacional y se hacía manifiesta la necesidad de la constitución de un Club que velara e hiciera crecer a la raza, a la vez que diera entrada a ese potencial humano con el que contábamos. En esa línea, el Club queda legalmente constituido en ese mismo mes de marzo del 2014.

  Llegados aquí, la reacción inicial de una parte (y resalto lo de parte) del mundo del alano respecto al dogo español, se asemeja en cierto modo, a la disquisición orteguiana sobre las ideas y las creencias. 

 Esta parte, pretendían y así siguen haciéndolo, imponer su creencia vital, a modo de verdad absoluta, afirmando eso que tanto juego da de que  “todos son alanos”. Esto es una nefasta idea motriz que se desmonta a poco que nos paremos a reparar en tipos y temperamentos y lo intentemos conjugar con el concepto raza. Pero lo peor de todo, es que estos postulados monocordes, menoscaban nuestro riquísimo patrimonio histórico en este campo y bien haríamos, una vez más, en aprender algo,  de países de nuestro entorno.

 Personalmente no tengo dudas, de que estos sectores solo pretenden alimentar, engordar, cebar, llamémoslo como queramos, una amnesia colectiva que haga más fácil la consecución de unos fines que no vienen al caso enumerar aquí.

 Pero como ya hemos dicho, la realidad es tozuda y por mucho que se intente es imposible, que en pleno S. XXI, se pueda encorsetar a esta amalgama de tipos y funciones, bajo el paraguas de un mismo estándar y por extensión a una raza. En definitiva, estos planteamientos inclusivos son inviables si atendemos al marco regulador actual.

 Llegados a esta altura, quisiera enfatizar y dejar muy claro, que en el nacimiento del dogo español no hay nada que no estuviera antes ya, conceptualmente hablando. Por tanto no es cierto esas afirmaciones que algunos insinúan, en lo referente a que su realidad responda a años de desastres sobrevenidos por una pésima política de cría. Por utilizar un término anglosajón que encaja a la perfección: este es el “white noise” que nos impide apreciar los matices de la melodía o mejor dicho realidad de este tipo de perros y por tanto hay que apagar este fondo por el procedimiento abreviado, pese, y lo digo una vez más, a las reticencias de los que pretenden anclarnos en su realidad previa, como modo de vertebración de sus propios intereses. 

 Así pues y para cerrar este apartado, decir que el reconocimiento, a todos los niveles, del dogo español, debe ser la consecuencia de un proceso continuado, una cuestión de sensatez histórica, de modernización y normalización en la aplicación del concepto raza. Este paso, a mi entender, crucial, tiene que ser la asidera que aleje de una vez por todas, los riesgos y dificultades que sobre este tipo de perros (me refiero a los presas, dogos, chatos o como queramos llamarlos)  se han extendido en exceso durante el último siglo y medio y de paso sirva para enterrar esa eterna efervescencia en la que están instaladas gran parte de nuestros perros de presas.

 En conclusión: el dogo español, esta estandarizando y homogeneizando, de manera progresiva, a todos esos resquicios poblacionales y funcionales (chatos, dogos, presas…) que a día de hoy pululan de manera desordenada, por las cunetas del alano español.



  EL DOGO EN LA TAUROMÁQUIA, CUESTIONES CREMATÍSTICAS

Casi toda  actividad lúdica, deportiva, artística o de cualquier naturaleza, lleva aparejada, por lo general y  a su vez, una actividad económica asociada, de mayor o menor cuantía. En este sentido, como no podría ser de otra forma, el uso de los perros de presa en España, en la fiesta del toro, ocasionó una singular actividad económica, que por lo general fue significativa, dentro de las partidas presupuestarias destinadas a tales eventos.

 Un análisis en profundidad del asunto que nos ocupa, requiere hacer una diferenciación, en cierto modo forzada, entre el antes del mediado del s. XVIII y el después de dicha fecha. La medianía entre ambas etapas viene marcada por la aparición en España, de las ganaderías de bravos como tales y la profesionalización de la tauromaquia en general.

Así vemos, que antes de la aparición de las mismas, gran parte de las reses aportadas para tales festejos, eran proporcionadas por los cortadores o jiferos del matadero municipal.  Se acordaba con los mismos la cuantía a pagar por res y en dicho pago quedaba incluida la captura del animal, casi siempre en terrenos comunales pantanosos o de escaso valor económico, su traslado, procesado después de la muerte y la aportación de la partida de perros necesarios para el buen desarrollo del espectáculo. Esto no quita que se adquirieran reses a particulares, pero por importes más reducidos. Es más, del estudio de numerosas actas de los cabildos de la época, se desprende que los carniceros tenían la imperiosa obligación de proporcionar el ganado requerido para el evento. Como ejemplo, el acta de la sesión del Cabildo de Utrera del 4 de septiembre del 1594 acuerda “…. Que se hiciesen unas fiestas de toros y cañas para el día de nuestra señora de Consolación, que es en este mes de septiembre, con toros que están obligados a dar los carniceros,…”
Otra acta curiosa de este mismo cabildo es la correspondiente a la corrida celebrada en el Corpus del 1650, “se hicieron fiestas de toros por la celebridad del Corpus Christi, que se celebró el día de antes, 16 de dicho mes de junio, en las cuales se lidiaron y corrieron ocho toros que para dicho efecto se compraron, cuatro por cuatro cortadores, en quien se remataron cuatro tablas de la carnicería de la Villa, con obligación de dar cada uno un toro pagándoselo por lo que costase y los otro cuatro, los dos de ello de Pedro Bermejo, y el uno de D. Pedro de la Rosa y otro Juan Jiménez Berrio, los cuatro de los cortadores y los dos del dicho Pedro Bermejo  a 444 reales cada uno, y el otro de D. Pedro de la Rosa en 400 reales y el otro de Juan Jiménez Berrio en 352, que todos montan 3416 reales”.

En dicha acta podemos apreciar varias cosas. La primera es que los carniceros tenían la obligación de aportar cuatro toros, si quería tener puesto o “tablas” en el mercado municipal y que ellos percibirían la cuantía más alta por res. Entre otras importantes razones, el que se asignara el precio más alto a las reses de los carniceros obedecía a las obligaciones extras que estos adquirían con el cabildo, no limitándose a la entrega del ganado solamente. Entre esas obligaciones solía estar la aportación de los perros de presas necesarios para el evento programado.

 Según dicha acta, los carniceros tenían una mejora en el precio por res, respecto a Juan Jiménez, de 92 reales, lo que suponía por los cuatro toros un total de 368 reales.  A modo de referencia decir, que en esa época, un trabajador cualificado, en el mejor de los casos, percibía unos 140 reales / mes de trabajo.

 Con el transcurrir del tiempo, fueron apareciendo “perreros” o “preseros” que ofrecían el servicio de sus canes, suscribiendo importantes contratos con las autoridades municipales para ello.

 En este punto hay que resaltar que, en esta primera etapa, la mayor crianza y concentración de dogos se daba en los mataderos. Son conocidos los testimonios que dan fe de la popularidad de dichos canes en tales ambientes. Para los jiferos el dogo era una herramienta más, que además reportaba, en épocas de caristia endémica, unos ingresos extras en tiempos de fiestas de toros. Buenos ejemplos que nos ayudan a contextualizar lo dicho, lo encontramos en el propio Cervantes en su “Coloquio de perros”, Alonso Morgado “Historias de Sevilla” e incluso el flamenco Hoelfnagel. Este último autor es quien mejor nos reporta un documento gráfico, sobre la labor de jiferos y dogos en los mataderos españoles y sus instalaciones, centrándose concretamente en las de la ciudad de Sevilla.

Y es que basta con ver el glosario de autores que hace mención a la participación e importancia de los dogos en la tauromaquia, para poder hacernos una aproximación del valor económico que tal actividad llevaría aparejada por pura lógica. Y es que el listado de literatos y artistas que hace mención a esta suerte, en sus referencias a la fiesta, es de proporciones abrumadoras: De Molina, Sainte Gade, Moraleda y Esteban, Cervantes, Hoefnagel, Quevedo, Lope de Vega, Yagüe de salas, Antonio Carnicero, Goya, Pérez Vilaamil, Ferrant, Snyders, Paul de Vos, Blanchard, Fernández de Moratín, Cossio, Castellano, Rodrigo Alemán… y un eterno etc.

De igual modo, ratifican lo expuesto, el riquísimo material iconográfico de nuestros monumentos, visibles en los lugares tan relevantes como la catedral de Bilbao, Burgos, Sta. Mª del Campo, Truy, Pamplona, Ciudad Rodrigo, Franqueira, Plasencia, Monasterio de Yuste, Ribadavía, Bermeo…etc.

Con el desarrollo de la fiesta y todo lo que le rodea, ganaderías, toreros, cuadrillas etc, y como no podía ser de otro modo, la aportación de los dogos pasa a manos de “especialistas” en la materia. Entramos así en esa segunda etapa que nombrábamos en un principio.

 Es ahora cuando empezamos a encontrar testimonios como los recogidos por Luís del Campo, en su publicación “Pamplona y toros s. XVIII”. Aquí recoge la información de los “Remates” de determinados eventos de la Plaza de Madrid del 1784 y 1785. Los remates eran el “ajuste” de cuentas o memorias de cuentas del evento o eventos en cuestión. Lo recopilado por Campo dice así “… el servicio de perros para las 16 fiestas de toros celebradas en Madrid, en 1784, importó 669.12 reales de vellón y en igual número de corridas del año siguiente subió a 900.32 reales de vellón”.

O lo que es lo mismo, 669.12/16 = 41.82 reales  por corrida y 900.32/16 = 56.26 reales, respectivamente.  Pero parémonos un poco aquí. En el año 1784, la media del salario del sector servicios, estaba en 1709 reales/año. Dentro de este sector, los trabajadores más cualificados cobraban 3555 reales/año y los que menos, entre los no cualificados 1298 reales/año. Si contrastamos estos datos con los 669.12 reales abonados a este perrero por sus 16 corridas de Madrid, deducimos la importancia de la misma, cuantificándola de manera apropiada. Y es que hablamos que a grosso modo, esta asciende a casi un 50% del salario bruto anual de un trabajador no cualificado del sector servicios.
 En el año 1785 vemos que la balanza se inclina hacia el lado del presero y lo hace por dos razones. La primera es por la sencilla razón de que la media de los salarios del sector servicio, ese año, cae a los 1631 reales / año, oscilando los mimos entre los 3393 de los más cualificados y los 1239 reales /año de los menos cualificados. La segunda por la importante subida en su retribución por el mismo número de corridas. Es evidente que 900.32 reales supondrían una importante suma para la economía familiar de estas, por lo general, humildes personas.

A modo de simple referencia decir que otros sectores como el de la construcción, tenían en el año 1784 un salario establecido para un peón de la construcción de 701 reales/año y en el año 1785 de 669.

De la misma naturaleza y de similar interés, son los datos encontrados en los archivos de la plaza de Sevilla. Aquí podemos ver que, por ejemplo, en el año 1795 el presero Juan Rues cobra por los servicios de uno de sus perros la suma de 30 reales. Una vez más decir que por ejemplo, en el mejor de los casos un peón en esa época cobraba unos 50 reales al mes. Otros preseros como Manuel Paredes o José Vallejo percibirían por los servicios de sus perros la suma de 200 reales.

 Volviendo nuevamente a Campo, nos dice que en los San Fermines del 1845 el pago por los presas utilizados, ascendió a 1200 reales, cuantía nuevamente significativa. Recurriendo, una vez más, a las cifras salariales a modo de referencia, decir que el salario diario por una maratoniana jornada de mínimo 12h difícilmente llegaba a los 5 ó 6 reales.

 En otras ocasiones vemos que los preseros cobraban por toros a los que se enfrentaran sus perros. Así vemos como por ejemplo, Isidro Brugos, vecino de Chamartín  firmaría en Madrid en 1814, un suculento contrato por el cual cobraría 300 reales por toro contra el que lucharan sus presas, en las fiestas de San Isidro.

 Como hemos podido comprobar, la participación de los dogos españoles en este tipo de espectáculos generaba una actividad económica nada despreciable, para por lo general, humildes criadores de nuestra raza.


 ¿ESPAÑOL O BRITÁNICO?


Quizás, como no podría ser de otra forma, los males que acucian, por lo general, a grandes campos de nuestra historia, se repiten cuando procedemos a un análisis exhaustivo de la historia de nuestros perros de presa y su interrelación con las razas caninas de otros territorios. Nos referimos por males, a esa costumbre tan española de aceptar determinadas tesis foráneas, a pesar de que contamos con suficiente documentación histórica que como mínimo pondrían en cuarentena tales afirmaciones, la mayoría de las veces realizadas por estudios históricos de escaso valor o como en otras muchas, realizando una lectura sesgada de la historia o de los datos disponibles; omitiendo referencias históricas de vital importancia.

 Como iremos viendo durante el desarrollo de este controvertido artículo, podremos ver como esa afirmación tan comúnmente aceptada, proveniente de la cinofília anglosajona, que consiste en fijar el origen de los perros de presa españoles, en los perros de tipo bulldog británicos, es rotundamente falsa. Para ello analizaremos los principales datos sobre los cuales el mundo anglosajón basa sus afirmaciones y por el contrario aportaremos referencias históricas, debidamente documentadas, que avalarían justo lo contrario.

  Por un lado tenemos que durante el s. VI a.c. en las islas Británicas, desde antes, en la península Ibérica y en gran parte de la cuenca mediterránea, los Fenicios introducen perros de tipo moloso (perro de toro de Malta o perro africano Kelb thal gliet), traídos de sus colonias del Mediterráneo oriental. Eran perros feroces, pesados y de gran espíritu combativo. Este tipo de perro se fue mestizando con razas locales y concretamente en las Islas Británicas sería el que daría origen a los que mas tarde, los romanos llamaran “bocas anchas”.

 Aunque los romanos, hacían acompañar a sus legiones con canes de características similares, quedaron asombrados por la fiereza de los perros británicos, lo que motivó que durante los años 40 y 410 se llevaran gran cantidad de estos tanto a Roma, como a sus áreas de dominio.

 Podemos decir que este tipo de perros de origen fenicio sería la base genética tanto de los perros de presa españoles como los de tipo bulldog británicos.
 Por otro lado encontramos que en el 374 d.c. los Hunos derrotan al pueblo alano, los cuales se ven forzados a vascular hacia áreas de Europa Occidental. Durante el periodo comprendido entre finales del s. IV y V, se expanden por todo el sur de Europa occidental, norte de África e incluso por las islas Británicas. 

 Pero en un primer momento, su lugar de ubicación fue el centro europeo, es decir, la Europa germana y muy especialmente la zona de la hoy conocida por Hungría.


 El pueblo alano se hace acompañar en todo momento, por sus perros de presa, vitales, entre otras cosas, para el manejo de su ganado. Eran por lo general, perros más livianos y corredores que los introducidos por los fenicios.

El color predominante era el blanco. Estos perros de presa del pueblo alano, se mestizaron profusamente con los perros de origen germano.

 La llegada de estos perros a la península Ibérica y su posterior fusión con los perros descendientes de los molosos fenicios, romanos y sustrato autóctono, es lo que da origen al a los presas españoles. Bastaba con incidir en uno u otro tipo, para obtener tanto al presa pesado como al presa ligero, aunque bien es cierto, que el recurrir al atajo mediante sangre de otras razas, principalmente lebreles o mastines, era algo más que frecuente.

 Muy a pesar de muchos, podemos decir que tanto los perros ingleses del tipo bulldog como los perros de presa españoles, provienen de este mismo entronque común, eso sí, incorporando “singularidades” propias de sus respectivas áreas de desarrollo. Así que querer encorsetarlo en una determinada área geográfica de uno de estos países, es ser, en el mejor de los casos, impermeable a lo evidente o refractario al sentido común. Podemos afirmar, en líneas generales, que está fórmula es aplicable a toda la fachada occidental europea, cuando menos.

Pero eso sí,  como iremos viendo en este capítulo, el intercambio genético entre ambas poblaciones (británicas e hispanas), será una constante a los largo de la historia, aunque en contra de lo que diga la “oficialidad” anglosajona, el mayor aporte genético es el “sufrido” por los perros británicos por parte de los perros españoles.

 Como ya podemos ver en el capítulo perros al toro, la afición hispana por la lucha entre hombres y toros, con la participación del perro, es algo que queda fuera de cualquier duda. Podemos afirmar de manera rotunda que se hunde en la noche de los tiempos.

  La llegada romana no hace más que potenciar esa afición ya arraiga entre la población autóctona. Además, debemos tener muy presente las características únicas de nuestro ganado vacuno, lo cual ha motivado desde siempre, que la ayuda del perro se haga imprescindible para su manejo.

 En las Islas Británicas, los primeros datos en este sentido, aparecen en el 1066, en la Inglaterra sajona, donde parece ser que la lucha de perros con toros, osos etc., era algo habitual. Lo que  parece evidente y a todas luces innegable, es que esta práctica se mantuvo hasta el s. XIX en las islas Británicas, pero en ningún caso es comparable desde el punto de vista social, al desarrollo de la tauromaquia en el territorio hispano y a la participación de los perros de presa en dichos espectáculos. Así pues, parece ilógico y poco probable, que en España escasearan los perros de presa o que su población no gozase de una funcionalidad más que aceptable.

 Uno de los pilares donde los anglosajones han sustentado sus tesis en cuanto al origen británico de los perros de presa españoles es que según estos, en el 1556, el entonces Rey de España, Felipe II importó una considerable cantidad de Bulldog ingleses y de sus versiones más ligeras, los alaunts. Según indican, dichos perros no solo fueron llevados al territorio peninsular, además se enviaron a otros territorios insulares.

 A nuestro entender, esta afirmación es demasiado atrevida, en cuanto a que no hay datos numéricos que la avalen y mucho menos en el profuso número que ellos insinúan, como para fijar el origen del perro de presa español en tal inconcreto episodio. Si analizamos determinados datos históricos de la época, no solo llegamos a la conclusión de que dicha hipótesis es atrevida, incluso plantea incógnitas que hacen chirriar los cimientos de la misma. A modo de ejemplo podemos citar que durante la primera mitad del s. XVII, Carlos I de Inglaterra, participó en un evento taurino en tierras españolas y quedó tan satisfecho que se mostró decidido a importar dicha costumbre a su propio país. Como podemos concluir, no parece muy lógico que poco tiempo antes, Felipe II decidiera ir a buscar perros de toros a Inglaterra, cuando en dicho país, los festejos con toros no parecen tan extendidos y populares como nos quieren hacer ver, al menos desde el punto de vista comparativo con la repercusión social del fenómeno del toro en las tierras hispánicas, ya en ese momento.

 Además, debemos tener muy en cuenta, que incluso en la primera publicación sobre perros, que se realiza en Inglaterra, concretamente el “Books of dogs” del 1576, no se hace ninguna mención al perro de toro o bulldog. Si es cierto que se menciona un tipo de perro denominado bandogges, el cual por sus cualidades y utilización, parece ser que se trataba de un perro de presa del mismo tipo que el perro de presa español.

Frente a tal afirmación, y solo a modo de ejemplo, citaremos  determinados documentos históricos, poco conocidos, que certificarían la existencia de perros de estas características en España, con anterioridad a dicha afirmación, amén de los ya expuesto durante todo el capítulo anterior, como ya hemos mencionado.

Un buen ejemplo lo encontramos, en las Cartas Reales de Alfonso IV de Aragón, s. XIV, donde el por entonces Arzobispo de Santiago, le hace una pormenorizada exposición de los “tipos” de alanos existentes en el país.

 Más explícita aun si cabe, es la misiva de 1541, donde D. Carlos se dirige a Francisco de Pizarro, Gobernador del Perú y al licenciado Vaca de Castro, para que se tomen medidas contra los perros carniceros y para que no se adiestren más perros para matar indios que ya no son necesarios.

 Mas tarde, con posterioridad cronológica, podemos observar que el “reabastecimiento” de perros españoles, por parte de los anglosajones, fue algo mas que frecuente e importante,  no ya tanto por el número de veces, como por el número de ejemplares.

 Para ello hemos escogido a modo de ejemplo, una serie de cartas correspondientes a la correspondencia oficial del Gobierno de España del s. XVIII.

 La primera de ella está fechada en 1795 y corresponde a una misiva Real de D. Luis de las Casas, Gobernador de la Habana, dando cuenta de la visita a la isla del Teniente Coronel Guillermo Quarrell, comisionado por el Gobernador de Jamaica, con la intención de adquirir “perros de presa” para la persecución de negros cimarrones.

 Un año después, en 1796, nuevamente D. Luis de las Casas, Gobernador de la Habana, remite una carta, donde da cuentas de la llegada a la isla de un oficial ingles, comisionado por el Gobernador de Puerto Príncipe de la isla de Santo Domingo, con el fin de adquirir “200 perros de presa” para perseguir, una vez más, negros cimarrones.

 Este mismo año, concretamente en febrero de 1796, el General ingles Adam Williamson, envía una misiva al Gobernador de Cuba, Sr. D. Juan Nepomucino de Quintana, donde le solicita la venta de “200 perros de presas”.

Como podemos ver, estas referencias históricas, a todas luces irrefutables, si demuestran que los británicos si buscaron de manera profusa, la aportación de perros españoles, cuestión, que como iremos viendo se repetirían en más ocasiones.

 Además parece evidente que si los apreciaban en tal medida debería ser por su altísima calidad y sus excelentes cualidades funcionales. Sin duda en caso contrario hubieran recurrido a los canes de su madre patria.

 Pese a lo que se pueda pensar, en determinadas ocasiones, determinados escritores británicos, en un ejercicio de rigor histórico, han dejado referencias de lo que a todas luces parece una evidencia, en lo que a la carga genética de los perros tipo bulldog ingles se refiere. En relación a esto, es curioso lo que Samuel Orchart Beeton, escribiera en su libro Beeton´s Book of Poultry and domestic animals. Concretamente dice que los grandes criadores de Bulldogs indican que estos perros no tienen origen en ningún sitio. Sin lugar a dudas, nos encontramos ante una manera muy británica de reconocer el origen no ingles de los mismos.

 Con más rotundidad se expresaría, en 1900, George R. Krehl, cuando afirmara que el origen de los bulldogs ingleses estaba en los perros de presa españoles.

 Además, no debemos olvidar, que el primer británico que se refiere a este tipo de perros, con el calificativo de Bulldog, es curiosamente un británico afincado en tierras españolas, concretamente en San Sebastian. Nos referimos a la carta remitida desde esta ciudad a Londres, concretamente a St. Swithens Lane, por Prestwich Eaton y cuyo destinatario era George Wellinghm. En la misma el Sr. Eaton solicita, entre otras cosas, el envío de dos perros tipo Bulldog. Este es otro dato sobre el que los británicos basan la posterior descendencia inglesa de los perros españoles, cuando ni por número y mucho menos sin datos sobre su utilización como reproductores, dicho episodio invite a tan atrevida conclusión.

 La realidad es que pese a que los dos grupos poblacionales tenían un origen común, en España evolucionaron hasta dar lugar al perro de presa español, un animal tremendamente especializado en la lucha y manejo de las reses de tipo brava y semibrava, autóctonas de este país. Los británicos, en cambio, no seleccionaron sus perros, desde el punto de vista funcional, hacía esa especialización extrema de los españoles. Este es el motivo principal, por el cual, incluso no denominaban a sus perros, en un principio, como bulldog, sino que dicha nomenclatura es una adaptación al habla inglesa de la denominación de dichos perros en la Península Ibérica. Los británicos buscaron más un perro de combate, polifacético, motivo por le cual los continuos mestizajes llevaron a la raza al abismo en determinados momentos de su historia.

 Ante tales circunstancias, se veían forzados a recurrir al bastión genético que para ellos supuso, la población de perros de presa españoles.

 En este sentido, es tremendamente revelador lo acontecido en el s. XIX.  En este siglo los ingleses se encuentran que sus bulldogs se hallan en un atolladero de muy difícil salida. Los perros han sufrido un intenso mestizaje y una fuerte endogamia, en la búsqueda de perros más aptos para las peleas, lo que había ocasionado una perdida de  la raza casi total. Muestra de ello es que estos perros no mostraban los rasgos físicos de sus antepasados, especialmente en lo que al tipo de cabeza se refiere y sus pesos habían decaído hasta situarse entre los 18 y 22Kgr.

 La situación es tremendamente delicada. Tal es así que muchos criadores, sin duda con excelente criterio, deciden recurrir a la sangre de los perros de presa españoles, con el fin de revertir la desastrosa situación. El Sr. Bill George importa uno de estos perros españoles en 1840. Este perro recibió el nombre de Big Headed Billy y su capa era atigrada. Este magnífico ejemplar de perro de presa español, se cruzaría profusamente con perras inglesas. Entre su descendencia cabe destacar a Dan, de 30kgr de peso y capa blanca, el cual se vendió por la desmesurada cantidad de la época de 100 libras.

 A la conclusión empírica que llegaron los criadores británicos es que los perros de presa españoles, aumentaban notablemente las tallas, fortaleza y combatividad de sus descendientes.

 Tan excelentes resultados, desata una autentica fiebre por los perros de sangre española.

 En 1868 es el Sr. Macquart el que importa dos nuevos perros de presa españoles. Estos responden al nombre de Banhomme y Lisboa. La historia se repetiría una vez más, volviéndose a una cruza intensiva de  estos dos perros con ejemplares ingleses.

 En 1873, sería el Sr. Frank Adcock, el que se aventuró a traer otros dos nuevos ejemplares de perros de presa español a Inglaterra. En esta ocasión sus nombres serían Toro y Alfonso, ambos adquiridos en Madrid. Toro era atigrado sobre fondo rojo, aunque también portaba algo de blanco. Presentaba máscara negra, medía 56cm y pesaba 44kgr. Se trataba de un animal potentísimo. Toro fue presentado en la revista The Field, donde se alabó las excelentes cualidades, principalmente en combate, de este soberbio animal. Se registró en el Kennel Clubs con el número 2665. Su repercusión en la raza fue notabilísima, por su intensa utilización como reproductor.

 Alfonso, era de color cervato, también con máscara negra y con presencia de color blanco. Su peso oscilaba cerca de los 50kgr y también padreó con intensidad, con perras inglesas.

 La repercusión de los perros españoles en la raza inglesa fue de tal envergadura, que son muchos lo que hablan de auténtica reconstrucción. Lo cierto es que si analizamos la ascendencia de muchos de los grandes ejemplares actuales tanto de bulldog ingles como bulldog americano, encontraremos, sin dificultad alguna sangre de perros españoles, incluso nombres tan hispanos como Sancho Panza, Rosa…etc…., sin duda una clara muestra por la fiebre desatada en la época por los perros de origen español.

 En 1925, en la revista francesa L´Eleveur, el Sr. Deland, indicaría que tras buscar por España al mítico perro de presa español, este está desaparecido. Aunque tal afirmación, resulta un tanto extrema, un ejemplo de ello es que estos perros continúan apareciendo en las actuales camadas de alanos españoles, motivo por el cual cabe pensar que tal carga genética está diluida en dicha raza. También parece lógico pensar, que gran parte de la genética de nuestros antiguos perros de presa se halla a día de hoy, en los bulldogs ingleses y americanos, paradojas de la vida, pero bien lógico que parece.

 En otras ocasiones, la cinofília anglosajona ha pretendido, fijar como origen de determinadas razas, sus bulldogs ingleses. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en el hoy denominado dogo de Burdeos. Ya que nos predisponemos a centrarnos en suelo francés, es conveniente destacar un asunto de primer orden, acontecido por dicha área geográfica.

 En 1625 aparece una medalla, con la cabeza de un perro y en la cual se puede leer “Dogue de Burgos Espana”. Antes de nada, cabe decir, que denominar a nuestros perros de presa o de toro como dogos no era algo inédito o infrecuente.

 A modo de ejemplo podemos citar al documento encontrado en el Archivo de la Corona de Aragón, fechado en 1658 y que contiene un certificado notarial sobre el desembarco, después de la cuarentena, de un buque proveniente de dominios hispánicos en tierras italianas, concretamente Nápoles, de la carga de Dogos y pólvora que este portaba.

 Pero retomando el tema de esta medalla, es curioso que la misma pasara a ser el referente de la raza bulldog ingles en Gran Bretaña. Referente que no debemos olvidar, tiene como autor a un español, Cazalla y casualmente proviene de la ciudad francesa de Foix, que casualidades de la historia era en esa época dominio del Reino de Navarra, cuya capital era en ese momento una de las ciudades de más arraigo taurino de toda España, Burgos.

 Esto demuestra que el origen de los Bordeaux no era tan anglosajón como ellos quieren hacer creer, ya que parece evidente que la influencia española fue también importante en la Francia de la época.

 Pese a lo dicho, parece lógico pensar, que una vez más, ambas poblaciones, británicas e hispánicas, confluyen en una misma área, sobre un sustrato autóctono, dando origen al que después sería conocido como dogo de Burdeos. Decimos esto, por la sencilla razón de que no debemos caer en los mismo errores que ciertos autores británicos y de justicia es reconocer que algo aportarían, más cuando la zona donde se desarrolló esta raza también fue dominio británico (incluso se llegó a trasladar la corte a dicha zona durante un periodo de tiempo) desde 1151 hasta 1411 y parece evidente que estos llevarían algún que otro perro durante esos 250 años.



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